martes, 30 de septiembre de 2008

TECHO DE CRISTAL

ENTRADA REALIZADA POR Tuppence

(Reflexiones sobre el artículo "Las mujeres no dirigen ninguna de las 172 áreas de conocimiento" publicado por "El País" el 30/9/2008).



Hoy comento un artículo publicado en la sección "Sociedad" de “El País”, cuyo enlace os dejo arriba, y que demuestra bien a las claras lo que se ha dado en llamar “el techo de cristal”: El muro transparente que impide que ellas sigan ascendiendo en niveles de responsabilidad. El cedazo imperceptible a simple vista, pero que está ahí y que hace que, remedando la cita bíblica, le sea más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a una mujer entrar en el Reino de los Poderosos.

Cuando he denunciado esto en otros foros, suele decirse, a mí me lo han dicho, que no hay tal techo, sino que la menor presencia de mujeres en la cúpula de las instituciones es lógica: Puesto que se han incorporado más tarde a ciertas profesiones (a la docencia superior, por ejemplo), es razonable que aún no estén en condiciones de competir por el liderazgo con hombres que se incorporaron antes y, por tanto, tienen mayores méritos en sus currículos.

Pues bien, los números cantan y no hay más que leer el artículo. Por poner un ejemplo: En España, en 1985 había un 25% de mujeres profesoras titulares y un 7% de catedráticas. En 2006, más de veinte años después, el número de mujeres profesoras ha aumentado un 11%, pero el número de mujeres catedráticas sólo aumenta un 5%. ¿Hay o no hay cedazo? ¿Hay o no hay techo?

A mayor abundamiento, si queréis, echadle una ojeada a un estudio titulado "La presencia de la mujer en la universidad española", y veréis que ya en 1975 había un 38% de mujeres cursando estudios universitarios y en algunas Facultades de Letras llegaban a ser casi el 70%. Es fácil deducir que que esa presencia de alumnas en las aulas no se tradujo luego en un porcentaje similar de profesorado femenino.


Se me dirá que muchas de las mujeres que “quedaron en el camino” lo hicieron de forma voluntaria y prefirieron una carrera menos exitosa para tener una vida personal “más rica”, con esposo (compañero o lo que se tercie), hijos, etcétera. Y yo diré que también los hombres que llegaron a ser catedráticos, por ejemplo, tienen una vida personal rica, con esposa (compañera o lo que se tercie), hijos, etc., sin que eso les haya impedido alcanzar la cima (llamémosle cima) de su carrera.

No creo que todas las que “perdieron la vez” lo hicieran voluntariamente. Basta leer lo que dicen las mujeres que “llegaron” para comprender que no es así: “Hay que trabajar el doble que los hombres para conseguir la mitad”, dice una de ellas.

Pero sí que es cierto que algunas renunciaron, en mucha mayor proporción que sus compañeros varones (también hay hombres que renuncian o quedan en el camino, claro).

¿Qué pasa, desde que una mujer nace hasta que llega a adulta, para que “prefiera” quedarse en casa o mantenerse en un segundo plano, más discreto, que le permita atender tareas más familiares y asistenciales?

Una hembra, nace, igual que nace un macho. Pero una “mujer” se hace, igual que se hace un varón. Y ésa es la cuestión: Si, en esas hechuras, se educa (o se dirige, se encamina o se adoctrina) a las unas para que sean sumisas, a los otros para que dominen.

viernes, 19 de septiembre de 2008

brecha entre los derechos y la realidad.

ENTRADA REALIZADA POR UnaExcusa.


El Fondo de la ONU para el Desarrollo de la Mujer (UNIFEM) exigió hoy a los gobiernos y las
organizaciones multilaterales adoptar medidas concretas para
implementar los numerosos compromisos sobre la igualdad de género
adoptados por la comunidad internacional.

La directora de UNIFEM, la española Inés Alberdi, presentó en la
sede de las Naciones Unidas un informe que asegura que existe una
brecha entre el reconocimiento logrado a nivel internacional de los
derechos de la mujer y la realidad que sigue viviendo la mayor parte
de la población femenina.

Subraya que todavía una de cada diez mujeres fallece de
complicaciones con el embarazo o el parto, que la mujer gana una
media de un 17 por ciento menos que el hombre por el mismo trabajo o
que hay tres mujeres por cada dos hombres infectados por el VIH en
el África subsahariana.

"La persistencia de la discriminación a esta escala tras décadas
de adoptar compromisos internacionales y nacionales es un síntoma de
que no se piden responsabilidades", asegura el informe.
Señala que el futuro de los derechos de la mujer pasa por pedir a
administraciones, líderes y organismos que rindan cuenta de sus
compromisos, y para ello aboga por aumentar la participación de la
mujer en la vida política, en la que actualmente se encuentra
superada cuatro a uno por el hombre.

"La participación directa de la mujer en los procesos de adopción
de decisiones ha sido desde hace mucho tiempo visto no solamente
como un asunto de justicia democrático, sino también como una manera
de asegurarse de que los gobiernos responden a las necesidades de la
mujer", apunta el documento.

En ese sentido, apuesta por la adopción de cuotas como "métodos
comprobados" para aumentar la presencia de mujeres en los órganos
parlamentarios y de gobierno.

Dieciocho de los 22 países que cuentan con una presencia
parlamentaria femenina superior al 30 por ciento tienen algún tipo
de sistema de cuotas.

El informe también insta a adoptar reformas legales que faciliten
el acceso de la mujer a los sistemas judiciales y faciliten la
presentación de denuncias a las autoridades policiales.

Al mismo tiempo, advierte que instituciones multilaterales como
las Naciones Unidas no cuentan con un mecanismo para evaluar el uso
correcto de la ayuda destinada a fomentar la igualdad de género

domingo, 14 de septiembre de 2008

¿A qué juegan los académicos?


ENTRADA REALIZADA POR Tuppence

(Reflexiones sobre el artículo "¿Por qué tantas mujeres están tan furiosas?", de Javier Marias)


Que alguien comience un artículo acusando a mujeres de soltar el tópico de que “los pobrecitos hombres ya no saben qué hacer ni cómo conducirse”, y ese alguien diga a continuación que “las mujeres pueden echar pestes de los varones en su conjunto sin que nadie se escandalice ni queje ni llame la atención a las denostadoras, mientras que cualquier chascarrillo equivalente por parte de un hombre le acarrearía perder su empleo (si es un profesor o un político, por ejemplo) o caer en el descrédito”, dice mucho de ese alguien. Si se lo pagan bien, puede comprenderse que, para criticar un tópico, recurra a otro mayor. Pero que diga que existe riesgo de pérdida de empleo por “chascarrillos equivalentes”, es desbarrar de una manera tan bellaca que asombra que pueda hacerlo un hombre de la catadura moral e intelectual que puede suponérsele a un académico.

Que poco más adelante afirme, lamentándose de que sus críticas al rol tradicional de la mujer no hayan sido bien comprendidas, que “diga uno lo que diga sobre cuestiones concernientes a una parte u otra de la población femenina, salen mujeres furiosas de debajo de las piedras”, también dice mucho de ese alguien. No será tan fatuo el autor como para pensar que sus artículos complacen a todos. Pero, según él, todos los que se enfurecen son lectores del sexo femenino –y los ‘varones cautivos’, que supongo que serán los ‘calzonazos’ de toda la vida-. Mujeres de cualquier condición e ideología, todas enfurecidas contra Javier Marias, más que un tópico parece una manía persecutoria.


Que diga más adelante que “empiezan a recordarme a los nacionalistas más fanáticos, los cuales sostienen que nadie que no pertenezca a su casta puede entenderlos”, yo diría que es jugar un poco sucio. Hay, además, algo que no me cuadra en la frase. ¿Quiénes le recordamos a los nacionalistas más fanáticos? Las mujeres furiosas, supongo, que “surgimos a uno y otro lado de la población femenina”, que abarcamos, pues, todo el arco de la población femenina. ¿Somos toda la población femenina las que le recordamos a los nacionalistas más fanáticos?. Más aún, y quizá porque, como mujer, tengo el tic de ponerme furiosa en cuanto leo a Javier Marias, siento una irresistible tentación de invertir la carga de la prueba, y lo que yo pienso de alguien que califica a sus críticos de "fanáticos" es que estamos ante un caso de megalomanía o endiosamiento.


Esa confusión del todo con la parte y de la parte con el todo, una de las falacias más clásicas y estudiadas en los manuales sobre pensamiento y razonamiento, se hace aún más evidente en el colofón de su artículo: “Sólo faltaría que la mitad de la humanidad no pudiéramos decir una palabra sobre la otra mitad, la que nos completa”. El que escribió el artículo sobre el rol tradicional fue Javier Marias, no “la mitad de la humanidad”. Y lo escribió no sobre “la otra mitad de la humanidad”, sino sólo sobre las mujeres que se quedan en casa cuidando de los hijos y del marido (al menos, eso es lo que afirma Javier Marias que pretendió hacer). Supongo que esas mujeres salidas de debajo de las piedras –como algunos artrópodos venenosos- se hubieran enfurecido igualmente si el artículo hubiera sido escrito por una mujer; tal vez, se hubieran enfurecido aún más.

Respecto a ese otro artículo al que se alude, "Siglos de desperdicio, puede ser que yo coincidiera con D. Javier en que se han desperdiciado muchas vidas, reduciéndolas al ámbito privado. Pienso en lo que podrían haber aportado a la sociedad: a la literatura, a las artes, a la ciencia, a la técnica… y en que la obra de algunas que rebasaron esos límites fue deliberadamente destruida, arrinconada o usurpada (para mayor detalle, véase "Las Olvidadas", de Ángeles Caso).

Pero soy escéptica respecto a Don Javier, así y todo. Tal vez porque en frases de ese artículo subyace un juicio de valor previo –prejuicio- muy evidente: “…dan la impresión de aburrirse infinitamente, sino de resultar aburridísimas para sus maridos …”. “…habrán aburrido a sus maridos hasta la náusea y en consecuencia habrán sido abandonadas por ellos, demasiado tarde…”. El prejuicio de que todas esas mujeres estaban sin hacer nada de provecho y por eso se aburrían. El prejuicio de que los maridos de esas mujeres eran, ellos sí, estimulantes y divertidos.

Debajo de la piedra en la que me escondo los días de diario, a solas con mis pensamientos y mi furia, no pude quitarme de la cabeza aquella correría que el académico Don Javier compartió con otro ilustre y seXudo académico, Don Arturo, y que este último relató en el artículo "Mujeres como las de antes", publicado por el dominical de otro periódico. Correría en la que se relata como ambos comparten una tarde amena y divertida, pasando revista a la fauna femenina madrileña en unos términos muy semejantes a los de tratante de ganado -ameno y divertido, of course- que entre bromas y veras valora qué vaca es la que tiene las ubres más grandes.

Si es verdad que por chascarrillos como éste echan a la gente de sus puestos de trabajo, ¿por qué no les quitan a ellos, a D. Javier y a D. Arturo, y nos libran de tanta mala baba y tanta demagogia insoportable?

(Al día siguiente de su publicación, mandé una copia de esta entrada, más o menos literal, a la Sección “Correo” de “El País Semanal”, en cuyo número de hoy no ha sido publicada, sin duda, por haber otras colaboraciones de mayor interés. En el blog de Julián Marias no se admiten comentarios).

Mi varón cautivo



Señores (*)

Confieso que en mis mazmorras tengo un “varón cautivo” tan bien amaestrado que, cuando lee un artículo como éste, no sólo dice que es una paparruchada y echa pestes sobre el autor, sino que además se tapa la nariz.

(*) Perdonen que no añada "y Señoras", es para evitar la cuarentena por lo de la epidemia de rabia.

Lenguaje

Yo soy de las que opinan que el lenguaje sirve para decir y para no decir, para nombrar y para callar, para mostrar y para ocultar. El nuestro me parece un lenguaje sexista y me gustaría que evolucionara (no digo rrrr-evolucionara) para hacerse cada vez más acogedor hacia las mujeres.


Algunas peticiones más o menos desafortunadas, como la de “miembra”, no pasan de ser anécdotas que no pueden empañar las reivindicaciones, fundadas, de que entre todos construyamos un lenguaje que nos señale a todos, hombres y mujeres. Como tampoco la ferocidad de algunos académicos, que han cruzado la frontera del respeto con sarcasmos absolutamente fuera de lugar en sus respuestas a esas peticiones, debe hacernos pensar que la RAE está constituida por una pandilla de innnnn-volucionistas. A mí me consta que no, en ambos casos.


Algunas bromas sobre este asunto, por más que sean divertidas, llevan su dosis de ridiculización de las peticiones de “las feministas”, su pequeña descalificación incorporada. Otras, no.


Me mandaron una que me hizo mucha gracia. Cuando la leí, pensé que lo mismo valía para que el chiste lo contáramos nosotros (los hombres y mujeres que abogamos por un cambio en el lenguaje) como para que lo contaran los otros (los hombres y mujeres que piensan que pedir cambios es ridículo):


-Papá...

-¿Hummmm?

-¿Cómo es el femenino de sexo?

-¿Qué?

-El femenino de sexo.

-No tiene.

-¿Sexo no tiene femenino?

-No.

-¿Sólo hay sexo masculino?

-Sí. Es decir, no. Existen dos sexos. Masculino y femenino

.-¿Y cómo es el femenino de sexo?

-No tiene femenino. Sexo es siempre masculino.

-Pero tú mismo dijiste que hay sexo masculino y femenino.

-El sexo puede ser masculino o femenino. La palabra «sexo» es masculina. El sexo masculino, el sexo femenino.

-¿No debería ser «la sexa»?

-No.

-¿Por qué no?

-¡Porque no! Disculpa. Porque no. «Sexo» es siempre masculino.

-¿El sexo de la mujer es masculino?

-Sí. ¡No! El sexo de la mujer es femenino.

-¿Y cómo es el femenino?

-Sexo también. Igual al del hombre.

-¿El sexo de la mujer es igual al del hombre?

-Sí. Es decir... Mira. Hay sexo masculino y femenino. ¿No es cierto?

-Sí.

-Son dos cosas diferentes.

-Entonces, ¿cómo es el femenino de sexo?

-Es igual al masculino.

-¿Pero no son diferentes?

-No. ¡O sí! Pero la palabra es la misma. Cambia el sexo, pero no cambia la palabra.

-Pero entonces no cambia el sexo. Es siempre masculino.

-La palabra es masculino.

-No. «La palabra» es femenino.

-Si fuera masculino seria «el pala...»

-¡Basta! Anda a jugar.


El muchacho sale y la madre entra.


El padre comenta:

-Tenemos que vigilar al chiquillo.

-¿Por qué?

-Sólo piensa en gramática.