La película se basa en un relato corto de Heinrich Von Kleist, escritor alemán que vivió entre 1777 y 1811, años marcados por la revolución francesa y la expansión napoleónica, muy interesado en la filosofía de su época.
La línea argumental sigue fielmente la de Von Kleist, respetando incluso algunos de los diálogos. La ambientación está basada en cuadros de la época. Al final del post comentaré algunos aspectos más cinematográficos del film.
Respecto a su relación con la problemática feminista, el más obvio, claro, es el argumento: La joven marquesa, viuda, está a punto de ser violada durante un asedio de las tropas rusas pero la salva un caballeroso oficial, conde, por más señas. El Conde reaparece unas semanas más tarde con una inesperada propuesta de matrimonio y la marquesa le pide un tiempo de reflexión. Poco después, queda asombrada al comprender que está embarazada. El padre de la marquesa, con el que vive desde su viudez, la repudia y la expulsa de la casa familiar, amenazando incluso con retirarle la custodia de dos hijas de su anterior matrimonio…
Pero no vamos a entrar mucho en ello (violencia sexual, abusos, exigencia de una conducta “decorosa”, expulsión de la vida familiar y social de las descarriadas, tutelaje de por vida de las mujeres por el padre o el marido, etc.), simplemente señalarlos. En realidad, tanto Von Kleist como Rohmer no conceden mucha importancia a esos detalles, y, si veis la película, comprobaréis que les interesan mucho más temas como la dialéctica entre la razón y los sentidos, el ser y el aparentar, los ideales y los actos, la culpa y el perdón, los impulsos y el dominio de sí, el rol escogido frente al rol programado, etc. Es decir, que las “circunstancias” concretas (en este caso, la violencia contra una mujer, tanto contra su cuerpo como contra sus derechos como contra su forma de vida) son para ambos autores un pretexto que les sirve para reflexionar sobre otras cosas. La violencia contra la mujer, en sí misma, es absolutamente “transparente” para ambos, en el sentido de que “no la ven”.
Porque hay otro aspecto que puede interesarnos. Y es quién es esa Marquesa de O, cómo es, a qué dedica su tiempo, qué le interesa, cómo se siente frente a lo que le sucede, cuál es la relación con sus padres, qué rol asume.
La película nos muestra a una mujer pura, recatada, bien conformada físicamente, incluso bella, con buena salud (se hace varias veces referencias a ello), dedicada a sus “labores” (coser, bordar, leer, pintar) y, sobre todo, a sus dos hijitas pequeñas. Comprendemos que es alegre, discreta, afectuosa, respetuosa con sus padres, obediente. Se la ve capaz y atinada, pero deja sus asuntos en manos de su padre, tanto en lo que se refiere a la toma de decisiones que afectan a su vida como a la administración de las propiedades que le dejó su difunto marido.
Cuando el padre la echa de casa, se retira a un marco idílico, donde sus hijas juegan entre flores y son felices, mientras ella decide dedicarse por entero a su educación. Lo único que le preocupa es la mancha de ignominia que sufrirá su hijo inocente, y eso es lo que la motiva a proponer matrimonio al desconocido progenitor mediante un anuncio en la gaceta local (ese anuncio, un escándalo en la pequeña sociedad provinciana, es el verdadero leit motiv del relato de Von Kleist).
La Marquesa es un verdadero mirlo blanco. ¿A que sí? No tiene ni un defecto. Todo en ella es cómodo y agradable.
Y entonces recordé que el famoso “Emilio, o la educación”, de Jean Jacques Rousseau, tiene un amplísimo apartado dedicado a Sofía. Sofía es el paradigma de mujer y Rousseau dedica mucho tiempo a decir cuáles deben sus virtudes (físicas, morales, intelectuales, etc.), cómo debe comportarse como niña, como casada o como soltera, sobre qué debe educarse, qué puede esperar de un hombre y qué debe exigirle, etc..
Cultivar en la mujer las cualidades del hombre, y descuidar las que les son propias, es trabajar en detrimento suyo (…).Hacedme caso, madres juiciosas; no hagáis a vuestra hija un hombre de bien, que es desmentir a la naturaleza; hacedla mujer de bien, y así podréis estar segura de que será útil para nosotros y para sí misma. (…).
¿Se puede deducir de todo lo expuesto que debe ser educada en la ignorancia de todas las cosas y limitada únicamente a las funciones caseras? ¿El hombre debe hacer de su compañera una sirvienta? ¿Le debe impedir que sienta y conozca nada con el fin de poderla esclavizar mejor? ¿Hará de ella una autómata? Sin duda que no; la naturaleza no lo ha dicho así; y si las ha dotado de una tan agradable y delicada inteligencia, quiere que piensen, juzguen, amen, conozcan y cultiven su entendimiento como su figura, que son las armas que les da para suplir la fuerza que les falta y dirigir la nuestra. Deben aprender muchas cosas, pero sólo las que es conveniente que sepan.
Por ley natural, las mujeres, tanto por sí como por sus hijos, están a merced de los hombres, y no es suficiente que sean apreciables, es indispensable que sean amadas; no les basta con ser hermosas, es preciso que agraden; no tienen bastante con ser honestas, es necesario que sean tenidas por tales; su honra no solamente se cifra en su conducta, sino en su reputación, y no es posible que la que consiente en pasar por indigna pueda nunca ser honesta …
(…) los hombres dependen de las mujeres por sus deseos y las mujeres dependen de los hombres por sus deseos y sus necesidades. Nosotros, sin ellas, subsistiríamos mejor que ellas sin nosotros. Para que posean lo que necesitan en su estado, es preciso que se lo demos, que se lo queramos dar, que las reputemos dignas; depende así de nuestros afectos, del precio que pongamos a su mérito, del caso que hagamos de sus encantos y sus virtudes... ()
Las ideas de Rousseau sobre la educación tuvieron un gran impacto en las élites cultas de la época y sus efectos en la educación femenina han durado casi hasta nuestros días. Rousseau murió en 1778, un año después de que naciera el autor de “La Marquesa de O”. Heinrich Von Kleist fue un gran estudioso de la filosofía y está acreditado su gran interés por Rousseau. También Rohmer ha hecho referencias a Rousseau en varias de sus películas.
En todo caso, la Marquesa de O tiene todas las virtudes que Rousseau desea para las mujeres. No sólo ella, también su madre, que aunque obedece al marido procura “reconducirle” al sentido común cuando resulta demasiado estricto, o las hijitas de las marquesa que juegan con florecillas y hacen sus primeros ejercicios de caligrafía, o la comadrona que aconseja con solvencia a la protagonista…
En agradar al hombre, les va la vida. En ser “amables” y, por lo tanto, susceptibles de ser amadas.
La película de Rohmer
Me interesó mucho esta película, ambientada en los últimos años del s. XVIII o principios del XIX. Las primeras escenas me parecieron aburridas, pero enseguida me llamó la atención la ambientación, que me recordaba mucho cuadros neoclásicos de David, Ingress, etc. Sobre todo uno, de Henry Füssli titulado "El íncubo" o “La pesadilla, y que le da juego al director para una elipsis maravillosa.
Luego me enteré de que Rohmer quiso recrear los personajes, utillajes, actividades y espacios en base a pinturas y esculturas contemporáneas a la época, y que incluso intentó recrear los movimientos de los actores partiendo de las posturas de la gente en esas obras de arte. La maravillosa fotografía de Nestor Almendros está al servicio de esa puesta en escena, dotándola de una credibilidad impresionante.
Rohmer también explicó que, en la medida de lo posible, en los diálogos había utilizado el lenguaje original de la novela, puesto que no se sentía capaz de “traducirlo” al lenguaje actual sin que se perdiera la naturaleza de los personajes.
Hay un “arcaísmo” aparente, porque en ocasiones el director recurre al fundido y a los carteles, como en el cine mudo, para representar el transcurso del tiempo o para explicar mejor lo que sucede. Palabra, imagen, movimiento, en estado puro.
Es una lección de “cine”, que he disfrutado.