domingo, 14 de septiembre de 2008
¿A qué juegan los académicos?
ENTRADA REALIZADA POR Tuppence
(Reflexiones sobre el artículo "¿Por qué tantas mujeres están tan furiosas?", de Javier Marias)
Que alguien comience un artículo acusando a mujeres de soltar el tópico de que “los pobrecitos hombres ya no saben qué hacer ni cómo conducirse”, y ese alguien diga a continuación que “las mujeres pueden echar pestes de los varones en su conjunto sin que nadie se escandalice ni queje ni llame la atención a las denostadoras, mientras que cualquier chascarrillo equivalente por parte de un hombre le acarrearía perder su empleo (si es un profesor o un político, por ejemplo) o caer en el descrédito”, dice mucho de ese alguien. Si se lo pagan bien, puede comprenderse que, para criticar un tópico, recurra a otro mayor. Pero que diga que existe riesgo de pérdida de empleo por “chascarrillos equivalentes”, es desbarrar de una manera tan bellaca que asombra que pueda hacerlo un hombre de la catadura moral e intelectual que puede suponérsele a un académico.
Que poco más adelante afirme, lamentándose de que sus críticas al rol tradicional de la mujer no hayan sido bien comprendidas, que “diga uno lo que diga sobre cuestiones concernientes a una parte u otra de la población femenina, salen mujeres furiosas de debajo de las piedras”, también dice mucho de ese alguien. No será tan fatuo el autor como para pensar que sus artículos complacen a todos. Pero, según él, todos los que se enfurecen son lectores del sexo femenino –y los ‘varones cautivos’, que supongo que serán los ‘calzonazos’ de toda la vida-. Mujeres de cualquier condición e ideología, todas enfurecidas contra Javier Marias, más que un tópico parece una manía persecutoria.
Que diga más adelante que “empiezan a recordarme a los nacionalistas más fanáticos, los cuales sostienen que nadie que no pertenezca a su casta puede entenderlos”, yo diría que es jugar un poco sucio. Hay, además, algo que no me cuadra en la frase. ¿Quiénes le recordamos a los nacionalistas más fanáticos? Las mujeres furiosas, supongo, que “surgimos a uno y otro lado de la población femenina”, que abarcamos, pues, todo el arco de la población femenina. ¿Somos toda la población femenina las que le recordamos a los nacionalistas más fanáticos?. Más aún, y quizá porque, como mujer, tengo el tic de ponerme furiosa en cuanto leo a Javier Marias, siento una irresistible tentación de invertir la carga de la prueba, y lo que yo pienso de alguien que califica a sus críticos de "fanáticos" es que estamos ante un caso de megalomanía o endiosamiento.
Esa confusión del todo con la parte y de la parte con el todo, una de las falacias más clásicas y estudiadas en los manuales sobre pensamiento y razonamiento, se hace aún más evidente en el colofón de su artículo: “Sólo faltaría que la mitad de la humanidad no pudiéramos decir una palabra sobre la otra mitad, la que nos completa”. El que escribió el artículo sobre el rol tradicional fue Javier Marias, no “la mitad de la humanidad”. Y lo escribió no sobre “la otra mitad de la humanidad”, sino sólo sobre las mujeres que se quedan en casa cuidando de los hijos y del marido (al menos, eso es lo que afirma Javier Marias que pretendió hacer). Supongo que esas mujeres salidas de debajo de las piedras –como algunos artrópodos venenosos- se hubieran enfurecido igualmente si el artículo hubiera sido escrito por una mujer; tal vez, se hubieran enfurecido aún más.
Respecto a ese otro artículo al que se alude, "Siglos de desperdicio, puede ser que yo coincidiera con D. Javier en que se han desperdiciado muchas vidas, reduciéndolas al ámbito privado. Pienso en lo que podrían haber aportado a la sociedad: a la literatura, a las artes, a la ciencia, a la técnica… y en que la obra de algunas que rebasaron esos límites fue deliberadamente destruida, arrinconada o usurpada (para mayor detalle, véase "Las Olvidadas", de Ángeles Caso).
Pero soy escéptica respecto a Don Javier, así y todo. Tal vez porque en frases de ese artículo subyace un juicio de valor previo –prejuicio- muy evidente: “…dan la impresión de aburrirse infinitamente, sino de resultar aburridísimas para sus maridos …”. “…habrán aburrido a sus maridos hasta la náusea y en consecuencia habrán sido abandonadas por ellos, demasiado tarde…”. El prejuicio de que todas esas mujeres estaban sin hacer nada de provecho y por eso se aburrían. El prejuicio de que los maridos de esas mujeres eran, ellos sí, estimulantes y divertidos.
Debajo de la piedra en la que me escondo los días de diario, a solas con mis pensamientos y mi furia, no pude quitarme de la cabeza aquella correría que el académico Don Javier compartió con otro ilustre y seXudo académico, Don Arturo, y que este último relató en el artículo "Mujeres como las de antes", publicado por el dominical de otro periódico. Correría en la que se relata como ambos comparten una tarde amena y divertida, pasando revista a la fauna femenina madrileña en unos términos muy semejantes a los de tratante de ganado -ameno y divertido, of course- que entre bromas y veras valora qué vaca es la que tiene las ubres más grandes.
Si es verdad que por chascarrillos como éste echan a la gente de sus puestos de trabajo, ¿por qué no les quitan a ellos, a D. Javier y a D. Arturo, y nos libran de tanta mala baba y tanta demagogia insoportable?
(Al día siguiente de su publicación, mandé una copia de esta entrada, más o menos literal, a la Sección “Correo” de “El País Semanal”, en cuyo número de hoy no ha sido publicada, sin duda, por haber otras colaboraciones de mayor interés. En el blog de Julián Marias no se admiten comentarios).
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